Cuando tenía muy corta edad, jugaba para la selección de basquet de mi colegio. Fuimos invitados a jugar en Popayán, Colombia, y así lo hicimos.
Tras un viaje de 24 horas en bus, con paradas para comer y al baño llegaríamos en el exagerado tiempo de un día. Al llegar nos encontramos con que familias de los equipos contrarios nos iban a recibir, la emoción mezclada el nerviosismo y el cansancio hicieron de esa primera sensación algo que nunca antes había sentido antes: extrañé mi hogar, no habían pasado dos días fuera y una sensación de desesperación recorrió mi cuerpo, mi corazón empezó a latir, empecé a sudar, y ninguna familia me había elegido. Cuando empezaba a perder la cabeza, me toparon el hombro, y de una sonrisa me preguntaron ¿Ey te vienes conmigo? de repente un bálsamo de calma, alivio mi noche y todo mi viaje.
Aunque el corto tiempo de una semana, lo que duraría el torneo de basquet, pasó rápido, ese viaje cambiaría mi vida, no solo porque por primera vez tenía que ver por mi mismo, ya que en la familia que vivía no se hacían responsable de mi, solo se ocupaban de la vivienda y la comida, y tampoco mi entrenador se hacía cargo de mi, así que estábamos con los jugadores haciendo lo que queríamos y jugando. También fue la primera vez que administré mi dinero solo, recordaba los consejos que me daban la gente a mi al rededor antes de partir en el viaje, pero hasta que se me perdieron los 40 dólares que me había costado tanto ahorrar en Ecuador no lo entendí.
Sin duda, fue una experiencia que no voy a olvidar en mi vida, hice amigos con los que hasta ahora tengo contactos, y también tuve experiencias de vida que hasta ahora las utilizo para mi día a día, saber que no siempre alguien va a estar al lado cuidandote y que a veces tienes que valerte por ti mismo es un paso que a muchas personas les cuesta entender, además que el bichito de los viajes se metería dentro de mi piel para llegar a mi corazón por siempre.
